miércoles, 31 de octubre de 2007

La princesa aherrojada

De ojos negros y cabello azabache caminaba sola, en una oscura calle una deleznable muchacha, se veía triste, perdida y muy sola, por su andar parecía una persona de alta ralea, una típica niñita buena, de esas a la que la vida ha tratado bien.

Era sorprendente, por no decir molesto, verla pasar por ese villorrio, en donde yo vivía, un asqueroso cuchitril para ser sincero. Sencillamente, no lo soportaba, era deletéreo mirar su caminar, no lo resistía y es que era cierto me perturbaba tan solo observarla, pues yo era una persona desagradable, adusta, basta, orate, un maldito cicatero, debo admitir que era un baldón siquiera cuestionarme el porqué de su presencia entre toda esa cáfila, nada dispendioso como seguro ella estaba acostumbrada a vivir.

No podía negarlo, me gustaba; pero tuve que resignarme y aceptar que ella jamás se fijaría en mí y que la sola idea me turbaba, simplemente la dejé pasar y eso fue todo, al final tenía que reconocer que yo era un ser invisible, escuálido y deprimente y ella; vida pura, melancolía mezclada con hermosura, una princesa aherrojada; pero al fin y al cabo una fina dama, mucho para mí, demasiado para un heraldo de la muerte.

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