Y dejaste estancadas en mis alas,
tus más profundas caricias.
Y envolviste en tormentos,
hasta el último suspiro que tenía.
Y amoldaste mis costumbres a las tuyas.
Y esculpiste con tus manos mis ansias.
Pero, luego, cuando estaba ahí,
redimida, te sacaste la máscara,
se te acabó la dopamina.
Y así, te marchaste; pero no de golpe,
sino lentamente, con tortura, con dolor y amargura.
Y fue como la venganza de los dioses del Olimpo,
como una lección de que no debo desafiar al destino.
¿Fuiste un instrumento o fuiste un accidente?
No. Fuiste el único que estalló mi mente. Tú.
Alejandra López ©
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